Un hombre quiere
colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta un martillo. El vecino
tiene uno. Así, pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste el
martillo. Pero le asalta una duda:
“¿Qué? ¿Y si no quiere prestármelo?
Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizás tenía prisa. Pero
quizás la prisa no era más que un pretexto, y el hombre abriga algo contra mí.
¿Qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se habrá metido en la cabeza. Si alguien me
pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha
de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a
otro? Tipos como éste le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que dependo de
él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo.”
Así nuestro
hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y,
antes de que el vecino tenga tiempo de decir “Buenos días”, nuestro hombre le
grita furioso:
“¡Quédese usted con su martillo, so
pendo!”
EL ARTE DE AMARGARSE LA VIDA
Paul Watzlawick
Subido por Gema
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